lunes, 8 de septiembre de 2014

Este invierno quiero que tus manos sean mi edredón. Déjate de calefacciones, que tus besos sean lo único capaz de calentarme. Que tus caricias sean capaces de hacerme olvidar los ocho grados que hay ahí fuera. Que los te quieros salgan por cada poro. Que se note que nos queremos. Que nos necesitamos. Que se note. 

Que no quiera más besos que los tuyos. Que nadie sepa tan bien como yo cómo te sientes en cada momento. Qué piensas. Qué sientes. Que nadie más sepa revolverte el pelo como lo hago yo. Decirte pocas veces que te quiero, pero todas ellas sincera. 
Enamorarte, Manuel.

No quiero más distancia entre tú y yo que la de nuestra piel. Ni más lágrimas que aquellas que son de pura felicidad. No quiero engaños. Ni mentiras. Quiero la verdad de tus ojos. La sinceridad de tus labios. La seguridad de tus manos. La tranquilidad del latido de tu corazón.

La paz de levantarme y tener al lado durmiendo. Despertarte con cosquillas y besos por la cara. Poder decirte cada día que no sé dónde has estado durante toda mi vida y, que mi vida comenzó en el momento que me besaste.

Puedo decir con la certeza del que sabe lo que quiere que yo te quiero a ti, por encima de todo. A ti y a nuestro futuro. 

Por ser pilar cuando yo estoy apunto de caer; por ser tontería cuando yo solo quiero encerrarme y llorar; por todo.

Te quiero, Manuel. Eso es indudable.

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